Demasiado a menudo se acusa a la cirugía estética de frivolidad y de fomentar conductas aberrantes o falsas necesidades enfermizas respecto a la importancia de la belleza y el propio cuerpo. Eso es cada día menos cierto.
Por supuesto, no podemos evitar conductas médicas y no médicas basadas en la avaricia y la falta de escrúpulos que se escapan de la norma y dan razón a esas acusaciones; pero, afortunadamente, la regulación por ley de la práctica de la cirugía estética, reservada ya únicamente a los especialistas en cirugía plástica, ha dejado en la marginalidad a muchos de los personajes que practicaban una pseudoestética comercial.
El cirujano plástico, como médico formado durante un mínimo de once años (seis de carrera y cinco de especialidad), ha adquirido un bagaje de formación técnica, humana y humanística que le condicionará durante toda su vida profesional.
Es un médico que conoce, por vivencias, el sufrimiento, el desespero, la esperanza, las ilusiones de centenares de pacientes de toda clase a los que ha tratado de enfermedades muchas veces terribles en las Residencias Sanitarias y los grandes Hospitales públicos (que son donde llegan los casos más desesperados) donde se ha formado a lo largo de miles de horas de guardia, estudio y asistencia.
Quizás algunos de los médicos que no han podido disfrutar de esa oportunidad y han conseguido su título de una manera más irregular, mediante acreditaciones de Servicios o Universidades extranjeras, muchas veces sin esa implicación médica generalista de los grandes hospitales y en cursos o permanencias de mucha más corta duración, adolecerán de la falta de este sentimiento de servicio, de satisfacción del trabajo bien hecho, de esta ética de trabajo que nos acompaña a la gran mayoría de los médicos provenientes de los hospitales.
Esa ausencia de dureza e intensidad a la hora de adquirir una experiencia, esa falta de implicación en la enfermedad y el sufrimiento, esa visión cómoda, limitada y parcial de la profesión, les puede dar una percepción mucho menos orgullosa del trabajo a conciencia, una visión de la profesión más superficial y economicista que está en el origen de muchos slogans comerciales como las visitas gratuitas y los anuncios de financiación, que rebajan la imagen de nuestra especialidad aproximándola a la de las ofertas de los grandes almacenes.
De todas formas, los cirujanos plásticos que peor lo pasan son, sin duda, los que han de trabajar para las grandes multinacionales o supermercados de la estética, muchas veces especialistas bien formados que se han de doblegar (me consta que a regañadientes) a las exigencias mercantilistas que las empresas les imponen si quieren trabajar.
Desde hace muchos años existe entre el colectivo de cirujanos plásticos una fuerte corriente de orgullo y reafirmación de nuestra dignidad, apoyado y fomentado por nuestras Sociedades Profesionales, para dignificar una especialidad médica distorsionada por el intrusismo en unos años de anarquía y descontrol que parecen haber acabado. Convencidos de la necesidad de demostrar a la sociedad que, exceptuando una minoría, valoramos y ejercemos todas y cada una de las ramas de nuestra especialidad con la misma seriedad y rigor, sea la vertiente plástica, la estética o la reparadora.
El reto de un cirujano plástico es conseguir el mismo respeto social para la cirugía estética que el que tienen todas las demás especialidades médicas. Por la salud de la propia sociedad.